9/8/09

Reseña viaje a Cd. Obregón

En Primera Persona

El domingo del 6 de septiembre del 2009 parió por lo alto soles refulgentes y tatuó montonales de nubes aborregadas a las cúpulas del espectro, como si el Universo pidiera disculpas a los sonorenses por los excesos de jueves y viernes con los que castigó a Guaymas y Empalme.

En medio del tráfago de escenarios complejos, de hombres de piernas virtuosas convertidos en superhéroes por la fuerza de las televisoras, de barbajanes carentes de valores que pierden las trazas de cordura en el pillaje o en el festejo futbolero, surgen otro tipo de pulsiones de apariencias modestas pero trascendentes a la conducta humana.

A partir del mediodía de ese día, en el corazón de la Sochiloa, la popular colonia del Antiguo Cajeme que en su nombre contiene el acrónimo de Sonora, Chihuahua y Sinaloa y refiere al vetusto intento separatista del noroeste de México, justo en el cruce de las calles Ramón Guzmán y Luis G. Monzón, en el auditorio de la UGOCP, se reunió un centenar de ciudadanos, mujeres y hombres activos, para reflexionar en torno al incendio de la Guardería ABC.

A tres meses de la conflagración funesta que cortara la existencia a 49 niños y dejara cicatrices de quemaduras o daños en los pulmones a 68 criaturas, estuvieron en Cajeme tres de las madres en duelo, y nos dejaron constancia del tremendo sufrimiento que no termina, de las heridas del alma abiertas en carne viva que supuran tristeza e impotencia.

Pati con la mirada asida a la foto de su sonriente Andrés Alonso, el que luce radiante en el cartel de la pared, deja ir la memoria; con el corazón escarmentado y la madurez sólida de mujer de una pieza, habla sin rencores; avisa que la lucha por la justicia mantiene los desafíos, pero que a partir de los cien días toma estrategias distintas.

Uno ve a Cristina, madre de Brian Alexander, y en la brevedad de su estructura corporal se le percibe frágil, sin embargo, apenas acomete el micrófono y su espíritu interior la transforma en una leona herida: acusa al gobierno de impericia social, de insensibilidad; señala al gobierno ausente y a una sociedad que se niega a tomar consciencia y a medir los alcances de la desgracia.

Juanita confiesa que ha perdido el miedo a cualquier reto, que con Jonatan se fueron las razones de seguir viviendo, que su madre le recuerda a diario que la desgracia no sólo dejó madres sin hijos sino también abuelas sin nietos… Reconoce en público que al trancazo del vacío y el duelo siguió la fuerza moral para plantarse frente al gobernador a pedirle cuentas y a afirmarle que la desgracia fue por fallas acumuladas de mal gobierno. Juanita dejó constancia a quienes la escucharon de la sorpresa que tuvo Eduardo Bours cuando vio que aquella mujer menuda no se arredró ante su presencia, al contrario, lo enteró que ella es licenciada, que conoce los entramados de la burocracia en la que trabajó diez años y el gobernante abrió los ojos desmesuradamente cuando ella exigió resultados, la postura que hoy refrendó.

Pati, Cristina y Juanita, madres dolidas que se dirigieron a la gente de Cajeme con la voz brotándoles sentimientos del alma; son mujeres de carne y hueso, comunes y corrientes como las que todos conocemos; iguales a las que se levantan todos los días para prestar su fuerza de trabajo por magros pesos y que dejan a sus hijos al “cuidado” de sabe quién; indistintas de otras que en sus empleos dejan pedazos de vida cara a cambio de pesos baratos.

No solamente la pérdida es el común denominador a las mujeres que sembraron sus testimonios, hay en todo su dolor unas ansias de generosidad que sorprenden porque nadie las espera, porque nos ayudan a entender la condición humana de quienes son dadoras de vida.

Con el semblante puesto en el futuro, nos hablan de continuar en lucha permanente hasta que consigan justicia y castigo para los responsables del infanticidio de la Guardería ABC; también, y allí lo inesperado, piden que esta desgracia contribuya a crear la consciencia ciudadana suficiente que desactive las bombas de tiempo que por todas las ciudades sonorenses son amenazas reales a la salud y la vida.

A estas mujeres fuertes, enteras, totales, dolidas y unidas por la fuerza de la esperanza; las que defienden a sus retoños con el vigor de leonas recién paridas; las que reclaman justicia en la manifestación callejera o frente a grupos organizados; las que vinieron de Hermosillo a Cajeme a mostrarnos en primera persona la dolorosa experiencia de vida que les arrebató la sublime extensión de su existencia, les agradecemos que nos dejaran sus esperanzados mensajes de generosidad ciudadana, de bondad extrema.

Muchas gracias Pati, Cristina y Juanita, vuelvan pronto.

Jesús Noriega

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