La consigna era caminar. El trayecto era desde la Guardería ABC hasta la Plaza Emiliana de Zubeldía. Para acompañar a los padres, para una vez más pedir justicia, para dejar claro el sentimiento de luto que se vive en la ciudad. Al inicio eran unos cuantos, los padres, los familiares, algunos amigos y conforme se avanzaba personas vestidas de blanco se unían. La línea crecía, la línea se extendía, una sola sombra blanca. A lo largo del trayecto había grupos de gente esperando para unirse, todos querían estar ahí, iniciar en cualquier punto pero estar ahí. Hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos, adultos mayores. Todos ahí. Porque como dijo Rosario Ibarra en su carta "sus hijos son nuestros hijos".
La iglesia de San José sonó la campana cuarentayocho veces. Cuarentayocho, uno por cada ausencia. Los tambores tocaron las casi dos horas que duró la caminata. El silencio y el golpeteo como un latido lento y doloroso. Familiares con celulares de donde salían las voces, los cantos, las risas de quienes ya no están aquí. Fotografías con sus rostros. Mensajes como llamada, como despedida, como muestra definitiva de que esto no se olvida. Nunca las calles sintieron este paso. Este peso. Nunca las calles fueron recorridas con esta solidaridad. No importó el calor, la oscuridad, la distancia. La consigna era caminar, estar ahí, dejarle saber al mundo que ellos no están solos y que juntos clamamos justicia.
